Mientras los suaves pétalos caían del cerezo imaginariamente sobre tus suaves manos, mis ojos entornaban una consigna de amor y cariño, te miraban acariciando cada trozo de piel y capturando cada sonrisa en mi corazón, si, mi corazón, plagado de recuerdos preciosos dejados por tu sola presencia, de tus sonrisas y miradas, de tus palabras y tus silencios, de tus movimientos gráciles o tus torpes traspies, de la suave melodía que emerge en tu voz, e incluso la más mínima carcajada que tu garganta deja. Oh dulce dama de la locura, por qué cuando te presentas no dejas un soberano aviso que amarte a ti significa dolor, si dolor, que enamorarse de ti conlleva a la locura, que cada bella esperanza que das en una muestra de tu inocente corazón, quizá virginal o simplemente cauto. Soberana de mis sueños, rellena los espacios fríos de mi poco compuesto corazón con tu cariño y calidez, con la candela de tu alma y sanadora vitalidad. Dulce dama bienhechora te cuidaré siempre, desde lo profundo de mi ser, desgarraré cada tristeza que se atreva a dañarte, juro que seré tu caballero por siempre.
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